jueves, 21 de enero de 2016

Sí, Mau, en serio

Durante su estadía en Davos, el presidente descalificó y eludió la pregunta de un periodista que contrastó el aval a la detención de Milagro Sala con el reclamo internacional del Gobierno argentino por la situación del violento opositor venezolano Leopoldo López.

“No. ¿Me lo estás diciendo en serio? No. No me lo podés decir en serio. ¡No me podés comparar a Leopoldo López con Milagro Sala! López no hizo nada malo como para que lo compares con Milagro Sala”. Dio por terminada la rueda de prensa y se retiró a su habitación. 
El párrafo precedente, publicado por el diario oficialista La Nación, incluye la insólita contestación del nuevo mandatario a un periodista del diario BAE que le había preguntado si creía que la detención de Milagro Sala podía generar reparos entre los empresarios de Davos por “haber encarcelado a una líder opositora”.
Alto aquí para hacer algunas reflexiones sobre la primera presa política del régimen PRO. Primero, el propio presidente asume con esta respuesta que apaña la acción irregular del Ejecutivo jujeño (comandado por un aliado suyo) y de la Justicia adicta que ese gobierno provincial está atizando para juzgar a la líder de Túpac Amaru.
Como en tantos otros casos en los últimos años, la punta de lanza de la persecución a Sala fue tomada hace algunos meses por el aparato mediático que construyó en tándem con jueces, empresarios y políticos la verdadera alianza que llevó al poder a Macri. 
Algunos informes más nutridos de provocación que de información real -como de costumbre- emitidos en el show de Jorge Lanata sirvieron para deslegitimar en el público masivo la impactante obra que una red de organizaciones sociales hizo en beneficio de miles de jujeños otrora olvidados por el Estado provincial, lo cual convierte a esa obra es una verdadera amenaza (sí, de co-gobierno) para el statu-quo local.
La persecución, ahora en su clímax mediático-político, fue asentándose  sobre una serie de denuncias sin fundamento cuya irrisoria enumeración puede leerse en una reciente columna del operador Joaquín Morales Solá
Ahora bien, en la presunción de que la susodicha haya realizado un manejo delictivo de los ingentes fondos que le destinaba la Nación, funcionarios jujeños (algunos pertenecientes a la fuerza del actual gobernador) mediante, habría de ser esa la causa de una investigación judicial y posterior condena, si se la hallara culpable, según la presunción de inocencia establecida en la Constitución Nacional (Art. 18). 
Sin embargo, se la encarceló a partir de una protesta pacífica de ella y sus miles de compañeros en torno de la Casa de Gobierno jujeña. Es como si se hubiese metido en cana a algún dirigente patronal de las entidades agrarias por los piquetes que mantuvieron en las rutas durante 130 días en 2008, antes de ser investigados (cosa que tampoco ocurre, dicho sea de paso) por las maniobras rayanas a la ilegalidad para maximizar el usufructo de las divisas que muchos de ellos levantan en pala. 
Para cerrar la cuestión de Sala, es necesario recordar que antes de cualquier juicio ya está condenada por gran parte de la sociedad argentina y por una parte de la clase política, incapaces de digerir que una mina negra, india y pobre haya liderado un proyecto capaz de garantizar escuelas, hospitales, fábricas, viviendas y hasta piletas para los pibes a miles de pobres. Todo eso, con mejor calidad y cumplimiento que lo que las propias gestiones empresariales del Estado pueden mostrar, como lo contrastan las aulas-contenedores en la ciudad de Buenos Aires.
Digamos algo ahora acerca de Leopoldo López, paladín de los derechos humanos y preso político del régimen cuasi-dictatorial de Nicolás Maduro, de acuerdo con este particular prisma con que mira la realidad el presidente Mau (como gusta llamarlo su amiga Susana Giménez).
En efecto, Macri reaccionó con sorna e incredulidad ante la consulta del reportero ayer en Davos, quien contrastó su reclamo por el encarcelamiento de López en Venezuela con su aval a la detención de Sala. 
El líder opositor venezolano está acusado de participar e impulsar los delitos de incendio y daños que se ejecutaron como parte de un plan de derrocamiento llamado La Salida. En su expediente se incluye instigación a delinquir, intimidación pública, daños a la propiedad estatal y homicidio intencional calificado.
Como se puede ver en la imagen de arriba, pudo participar de esta clase de actos porque estuvo muchos años libre aún después de que en 2002 encabezara la marcha de oposición al Palacio de Miraflores, en Caracas, que provocó la muerte de decenas de personas, propició el golpe de Estado y el secuestro del entonces presidente Hugo Chávez.
En efecto, con López a la cabeza y respaldada por figuras como el actual presidente argentino, la oposición venezolana viene tomando las calles con violencia desde que Chávez fue elegido democráticamente para conducir los destinos de ese país, lo cual ha costado ya muchas vidas y miles de perjuicios económicos a toda la población. En algún sentido Macri tiene razón: no es comparable al acampe de cooperativistas en una plaza ante la negativa del gobierno a recibirlos. 
La enseñanza que esto nos deja viene a ser: alzarse contra las instituciones de la república es un don allá, cuando acá peticionar a las autoridades es un “delito”. Hasta Amnistía Internacional, que no vertía expresiones semejantes desde la última Dictadura, está reclamando la liberación de Sala.
En fin, no cumplir la Ley cuando no conviene, imponer jueces militantes por decreto para desequilibrar la división de poderes, empujar al mínimo posible las voces disidentes y, en fin, cargarse al Estado de Derecho que tanto proclaman, es una vez más el triste derrotero de sectores dominantes con una legitimación social tan blanda como riesgosa. 
De todos los eslóganes de campaña, ni el diálogo, ni el consenso, ni siquiera aquella risueña protesta de presuntos periodistas queriendo preguntar, importan ahora. Tan sólo permanece, como en una inercia exculpatoria, la consigna vacía y redentora del Cambio que –por ahora- todo lo justifica. 

lunes, 30 de noviembre de 2015

¿Hartos de qué?

Cabe interrogar si el desencantamiento nac&pop de una parte considerable de la población obedece a deficiencias estructurales del modelo en sí o a una cuestión puramente estética y hasta emocional, como deslizó antes del ballotage un filósofo argentino a un medio español. En la hipótesis segunda, ¿Hay una toma de posición ética en el parcial rechazo del modelo K? ¿Cómo se vincula esa ética, en todo caso, con la hegemonía neoliberal? El rol del periodismo militante y las contradicciones de una sociedad que "eligió cambiar".


Así como puede ser inconducente diagnosticar a esta altura a los votantes de la Alianza Cambiemos como esa mitad del electorado que, hipnotizado por la Revolución de la Alegría, traicionó a la Patria al apoyar un programa atado a intereses foráneos -aunque esto último, objetivamente, sea más bien así-, hay preguntas a introducir en el análisis que pueden servir para separar las cuestiones ligadas a la elección en términos estrictamente políticos de otras que, si bien se interrelacionan con ese último campo, corren por vías diferentes.
Antes que nada, es novedoso -sobre todo en un país históricamente inestable- que la apuesta por un cambio de gobierno devenga del "cansancio". Las anteriores ocasiones donde se forjaron estos giros, dentro de los últimos treinta años al menos, tenían fuertes desequilibrios sociales y económicos como trasfondo. Recordemos: hiperinflación, saqueos, alto desempleo y una conducta gubernamental ligada a la corrupción mucho más profunda y extendida que la maniobra de Boudou con Ciccone o la de Jaime con el transporte (por cierto, uno a punto de ir a juicio oral y el otro, ya condenado).
Entonces ¿cansancio de qué? Hurgando un poco más y haciendo una necesaria generalización se escuchó en el votante promedio de Cambiemos hablar fundamentalmente de "la prepotencia" descalificadora "del que piensa diferente". Por otro lado, apareció la clásica expresión de nuevos segmentos medios (nuevos, justamente, porque hubo condiciones para acceder a ese estatus social) acerca de la injusticia que implica la asistencia de parte del Estado a quienes están por debajo en la escala socio-económica. Se colocó, en tercer lugar, a "la corrupción" como un condimento más, realmente salpicado con casos específicos como aquellos pero adobado con un sinfín de informes periodísticos jamás ratificados ni rectificados. Entretanto, la queja por “la inseguridad” se mantuvo latente aun cuando lo hizo lejos de la virulencia blumbergiana de otros momentos.
Hay severas conclusiones que deberán madurarse, a modo de autocrítica, en el amplio y en estos momentos difuso espacio hasta aquí abrigado por el paraguas que sostuvieron Néstor Kirchner y Cristina Fernández y que, lejos de desaparecer, habrá de reencarnar de una u otra forma para protagonizar la alternativa al modelo que busca instaurar la nueva Alianza.
Ahora bien, el centro de este análisis es que se repitió, con actualizaciones, el clásico criterio liberal de interpretación de los procesos del ascenso social que ya tuvieron lugar en Argentina durante el siglo pasado y que fue contestado por explicaciones desde el campo popular que ubican: a los procesos nacional-populares como posibilitadores de una movilidad social ascendente por la cual emergen en el segmento medio actores que, amenazados en términos de status por la emergencia de sectores populares -sobre todo en términos de consumo- dan la espalda a ese tipo de gobiernos, se vuelcan a opciones liberal-conservadoras y, esmerilados luego por las políticas económicas de estas últimas, vuelven a necesitar de aquél para salir de la miseria.
Esta tesis, con muchas décadas de vigencia y reeditada ahora a la luz de los comicios presidenciales, es sin dudas una excelente punta del ovillo. Pero amerita ahora profundizar el análisis en función de las transformaciones sociales y culturales que vivió y vive nuestro país, enmarcado mundialmente en ese otro macro-proceso todavía incierto llamado globalización y contemporáneo de un modo de ser (un ethos) neoliberal que hemos adoptado (y/o se nos ha impuesto, por fuerza y costumbre) en las últimas cuatro décadas.

No es menor que la movilización al “Cambio” haya sido convocada en la forma de un magnífico eslogan comunicacional más que en la de un programa de gobierno que, aún después del resultado, va saliendo muy de apoco de la guarida. Tampoco, que la contienda, la arenga y la disputa pública de visiones e intereses como sustancia de la actividad política sea tan descalificada desde ese mismo mensaje. Lo cierto es que bajo la lógica del marketing político, en el sistema liberal de representación, la elección es tanto o menos un acto racional que la manifestación de una expresión de deseo, de anhelos, de ilusión, como quien compra la felicidad a través de un producto vendido publicitariamente, aun a sabiendas de que tarde o temprano, por decepción o agotamiento, deberá ir en busca de otra elección.

Por qué, si no, quienes diatriban contra todo aquello que configura "lo negativo" del kirchnerismo eligieron ESTE "Cambio" (habiendo otras cuatro opciones en la góndola, si se quiere). Macri está procesado actualmente, también él próximo al juicio oral, y tiene un prontuario de acusaciones en su rol como empresario tanto o más abultado que las que muchos pueden señalarle al funcionariado K. Algunos de las principales figuras del Gobierno porteño están directamente relacionados con el presunto lavado de dinero y fuga de divisas del HSBC, revelados tras el incendio en Iron Mountain, donde murieron diez servidores públicos. La marca de ropa de Awada está sospechada de comercializar prendas confeccionadas en los talleres esclavos donde mueren chicos.

Quien se escandalizaba con la propaganda del Gobierno Nacional en Fútbol para Todos, con la aparición del "hijo de" en la escena política y con las designaciones de parientes y amigos en distintos ministerios, podría bien hacer lo propio con la discrecionalidad en el manejo de los recursos del Estado de la Ciudad de Buenos Aires, bien direccionados a amigos de la infancia del jefe de Gobierno (Nicolás Caputo, caso paradigmático). ¿Acaso no aterrizaron en el GCBA innumerables ex compañeros de colegio y del club Newman de la mano del ingeniero?

Bajemos sólo un instante al subte, para ejemplificar. Es una de las redes más obsoletas del mundo, manejada por un ex rugbier de selección, amigo personal de Mauricio, que ha sido acusado por la empresa Isenbeck de malversación de fondos cuando era gerente de esa misma empresa. Ahora, como funcionario PRO, está denunciado penalmente por estafa al Estado, ya que compró con la plata de todos los vecinos formaciones que fueron desechadas en el Metro de Madrid hace al menos veinte años. Todo es alegría, sin embargo, en los televisores de las estaciones subterráneos, que por cierto el propio jefe de Gobierno usó para mostrar SU campaña presidencial. Más aún, los empleados de ese medio de transporte fueron instados a sumarse activamente de la campaña de los globos ¿Y Niembro? ¿Y la pauta facturada a medios que nunca la recibieron? ¿Y la deuda quintuplicada en dólares que deberán pagar algún día todos los porteños? Por no hablar de la sub-ejecución en Salud, Educación y Vivienda. En conclusión, el uso espurio de lo público para incrementar el poder por este lado, no ha recibido la misma sanción con que muchos gustaron caer sobre las cadenas nacionales de Cristina Fernández, por poner un ejemplo de aquel otro.

Si de "planes" se trata, habrá que decir que cualquier país que quiera recuperar su tejido social después de que este se fracturara (una grieta de verdad, aquella de 2001) debe empezar por equiparar condiciones básicas de existencia a todos sus ciudadanos. Raro sería que los que concentraron tanta riqueza mientras la mitad del país quedaba en la calle, luego compensaran esa desigualdad. Entonces fue el Estado el que debió asumir ese papel, con programas de inclusión con trabajo como han hecho decenas de países a lo largo de su historia, incluso en el “primer mundo”.

Las complejidades para una adecuada ejecución a nivel territorial de las políticas sociales deberán ser revisadas y, si persistieron prácticas clientelistas so pretexto del mandato de la inclusión, habrá que reconocerlo y, a quien le toque, corregirlo. Lo que no quita, desde ya, que las estrategias de distinción social de una gran porción (en segmentos altos, medios y medios-bajos) reparen una y otra vez en el egoísmo material que linda permanentemente con la discriminación étnica, social y cultural. Esto último podría atribuirse al célebre inmediatismo de la clase dominante y tilinga que ha forjado esta nación desde fines del siglo XIX, pero habla más aún de una alta pregnancia en toda nuestra sociedad de un modo neoliberal de pensar, sentir y actuar.
Esto último, lejos de ser un fácil latiguillo post-noventista, hace en este caso alusión conceptual a la condena enfática hacia toda ayuda que el Estado pueda dar a quienes son más desfavorecidos por la matriz redistributiva, prefiriendo olvidar los subsidios direccionados al bienestar de segmentos medios y altos, cuya prosperidad se auto-atribuyen a su propio esfuerzo. ¿Pero, hubieran sido acaso "empresarios exitosos" los Macri y tantos otros ricos argentinos sin la enorme complicidad de gobiernos -dictatoriales y democráticos- que les transfirieron con instrumentos y políticas específicas gran parte de la riqueza de todos sus compatriotas? Esas dádivas no causan hartazgo, como tampoco los planes sociales para la clase media aun cuando sean un fracaso (en la Ciudad de Buenos Aires, la administración PRO lanzó Alquilar se Puede y sólo llegó a beneficiar a.. ¡15 familias!).

Pareciera, por fin, que no estamos precisamente ante un hartazgo de la corrupción, de la prepotencia y de los planes. O, si lo estamos, lo es bajo un sospechoso manto de confusión e ignorancia. Los errores políticos estratégicos durante la campaña, los desaciertos en la gestión y cierta actitud soberbia del lado del kirchnerismo en estos años sin duda pueden haber ayudado a cultivar el artificio comunicacional del adversario para plantar sin mayores argumentos la seducción del Cambio, mientras que gestos tan obsecuentes como las fotos de Mauricio en el prostíbulo del narco Raúl Martins, sus miradas y comentarios despectivos hacia el cuerpo femenino o sus emotivos discursos a la gente leídos por teleprompter, no hicieron mella en el 51,4% por ciento electorado que lo votó.

Mucho menos hubieron de hacerlo cuestiones subrepticias a la tribuna mediática aunque definitorias para el destino de la soberanía nacional, como su vinculación con el poder conservador de Estados Unidos e Israel -con la amenaza a la paz en nuestro territorio que esto implica en el actual contexto geopolítico- o las decenas de llamadas de las diputadas Patricia Bullrich y Laura Alonso a Alberto Nisman horas antes de su muerte, lo cual sugiere que esta gran Alianza encabezada por Macri, sostenida por parte del radicalismo y operada por fiscales, jueces, empresarios y periodistas militantes pudiera aportar datos más que reclamar el esclarecimiento de ese crimen vinculado al atentado a la AMIA.

Pero no ocurrirá. Sostenida por un relato hegemónico que seguramente ahora se profundizará, la ficción de la no-política ganó la batalla (que es netamente política, valga la paradoja y por más que defraude a quienes fueron seducidos por el eslogan unificador “de todos los argentinos”; y otra paradoja: la prensa militante de Cambiemos finalmente se impuso en la batalla comunicacional estigmatizando a la militancia de muchos periodistas defensores del modelo K).
Emergió así -genuinamente para muchos- la ilusión de un país sin "grietas", sin prepotencia, sin asistencia social a los "pobres que no trabajan", gracias no solamente al terreno político perdido por las fuerzas nacional-populares que detentaron parte del poder desde 2003, sino también en virtud de un oportunísimo marketing electoral cuyo éxito puede ser tan efímero como el de un aviso publicitario, en la medida que la política real de la nueva administración haga ver sus efectos.



martes, 17 de noviembre de 2015

Estado o Mercado, ¿esa es la cuestión?

A comienzos de este año, cuando el cronograma electoral aún no había dado su puntapié, se cruzaron declaraciones una ministra de la Nación y un encumbrado dirigente industrial acerca de si era necesaria más intervención estatal o más liberalización del mercado. Ahora, en momentos de definiciones políticas transcendentales que pueden afianzar o bien torcer el rumbo del país, este tipo de discusiones se vuelven relevantes para todos los actores de la economía nacional.

El dilema encubre, por supuesto, distintas visiones e intereses y tiene consecuencias directas sobre el manejo de variables macroeconómicas como el tipo de cambio, la fijación de precios o la inversión pública, que a su vez inciden en la vida cotidiana de los 40 millones de argentinos.

Sin embargo, otras perspectivas y prácticas que existen desde tiempos inmemoriales asomaron con notoriedad en los últimos tiempos en nuestro país y en otras latitudes, quizá merced a la debacle de dos paradigmas que tensionaron el siglo XX: el del estado totalitario como patrón único de la economía, primero, y no hace tanto el del mercado absoluto, al menos puesto en discusión en la periferia y con serios problemas de legitimación en los países centrales.

Para ser concretos, en Argentina existen desde hace décadas la autogestión y el asociativismo como propuesta de los propios vecinos, trabajadores, ahorristas y consumidores, es decir, de la ciudadanía organizada en sus diferentes roles para tener mejor calidad de vida.

Esta tercera forma de producir bienes y servicios se encuentra bien distante del centro de gravedad que vertebra el debate político-electoral hoy día, pero es una pieza clave para pensar a mediano plazo los modos de organización económica complementarios, a pequeña y a gran escala, de un mapa redistributivo de la inversión y el consumo cuya extensión ni el sector público ni el sector privado de capital pudieron cubrir in extenso en estos años, aún con un modelo de inclusión como trasfondo.

Se trata de una praxis vigente por sobre aquella dicotomía estatal-mercantil. Aquí y en el resto del mundo, tanto la ayuda mutua como la cooperación son herramientas viables para la producción, distribución y adquisición de bienes aún en los márgenes de una sociedad post-industrial donde predominan los parámetros del individualismo y la libre elección. Por caso, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual reconoce a ese modelo al contemplar la distribución equitativa en tercios de un espectro hasta entonces (y aún hoy, a pesar de dicha ley) concentrado a favor de los grandes capitales.

En nuestro país, en paralelo a la carrera electoral, se dieron muchos debates en el seno del heterogéneo movimiento de la economía solidaria, donde conviven cooperativas de trabajo emergentes con grandes compañías de seguros, mutuales que atienden la salud y empresarios pymes que se asocian para fortalecerse.

Más allá de la diversidad de miradas propia de un actor social tan variopinto como este, existe un consenso general en que en estos años floreció una alianza estratégica entre el sector público y esta porción del sector privado, que sin regirse por el afán de lucro llega a representar cerca del 10 por ciento del PBI nacional y que puede crecer en virtud de esa alianza para cohabitar en condiciones más parejas con el resto de la actividad privada.

Por eso, sin ignorar el debate entre las posiciones de los que están a favor de una economía controlada por el Estado o de los que están a favor de los agentes más poderosos del mercado (esto último que el liberalismo denomina simple y engañosamente el Mercado), tanto los que aspiran a conducir el país como los actores sociales con poder de decisión (la propia economía solidaria tiene la necesidad de constituirse como tal, más temprano que tarde) deben prestar atención a un tipo de empresas que tiene en su esencia, trayectoria y perspectivas a futuro una garantía para la profundización del desarrollo, de la democracia y del bienestar general.

viernes, 17 de julio de 2015

2015: La agudización en la lucha por el gobierno del Estado

La Argentina se manifiesta abiertamente en 2015 como escenario de fortísimas tensiones entre una hegemonía neoconservadora, con anclaje global en el poder financiero ultraliberal estadounidense, y un proyecto nacional-popular que debate sus complejas opciones de continuidad tras doce años de ejercicio del poder político con clara vocación hegemónica.  

Me interesa analizar cómo se están generando esfuerzos cada vez más intensos para lograr afianzar o reconstituir un bloque en el poder que tenga capacidades de definir, con la potestad sobre el aparato estatal mediante, esa correlación de fuerzas en favor de uno u otro proyecto durante los próximos años.
De un lado, un conglomerado de fuerzas sociales y económicas que se identifica como kirchnerismo se encuentra ante la desafiante posibilidad de permanecer sin una figura clara de liderazgo en el Gobierno, mientras que del otro hay un bloque político que definió hacer frente a sus históricas dificultades para cohesionar su voluntad en forma de partido –a las que se suman las frustradas intentonas sucesivas de golpe blando sobre el actual gobierno-, a través de la figura que mejor encarna ideológicamente su proyecto y que, a su vez, tiene una plataforma partidaria desde la cual construir alianzas federales que le permitan acceder al mando del Estado nacional.
Dos novedades cruciales se avizoran en el escenario nacional a las puertas de los comicios generales del 25 de octubre. En primer lugar, la necesidad de reafirmación histórica de un proyecto nacional-popular cuyo liderazgo no estará en la jefatura de Estado. Se presenta así la situación de que, si resulta triunfante, deberá reordenar sus piezas en función de seguir detentando la capacidad de conducción de la sociedad, aglutinando sus elementos más transformadores en espacios de decisión estratégicos sin mellar la propia gobernabilidad. 
En ese sentido, la experiencia neopopulista revalidaría su éxito de forma novedosa si lograra atravesar un período de continuidades en materia de modelo económico, social y cultural a pesar de las diferencias de trayectorias, estilos y hasta ideológicas en los hombres y mujeres que lo ejecutaran en la cúspide del Estado.
En segundo lugar, esa matriz neopopulista parece haber moldeado también a la fuerza antagónica, aunque con mucho menos posibilidades de trascendencia. Aun cuando estructurada bajo una figura de liderazgo no carismática, sostenida por un marco de alianzas políticas interpuesto coyunturalmente y espejada en un modelo de gestión local tecnocratizado en exceso pero con alta adhesión popular, la derecha liberal construyó su plataforma nacional y encontró un canal de participación efectiva en el sistema político, alimentando por esa vía sus expectativas legítimas de acceso al gobierno del Estado.
Un tercer punto vale la pena mencionar en esta descripción: una porción relativamente considerable de la sociedad, antipopulista e identificada con valores liberales y republicanos, se ve tensionada por la “polarización” entre los dos anteriores, sin encontrar su propia representación. La conformación del Frente Unen pudo haber significado la emergencia institucional de una tercera pieza necesaria en el tablero pero fue dinamitado por las propias urgencias de la derecha liberal en derrotar al kirchnerismo.
Lo que se mantiene incólume es el recetario liberal que sustenta a la posición reaccionaria de una clase dirigente encolerizada por no encontrar la llave de acceso al poder estatal. Son precisamente sus postulados los que buscan ahora traducirse en una plataforma político-partidaria, más o menos sólida, de cara a los sufragios presidenciales, no obstante lo cual incluyen componentes de la política nacional-popular a modo de concesión ineluctable para captar adhesión de las mayorías. Esto último
puede ser un indicador de la emergencia de una hegemonía post-neoliberal. 
Creo que en Argentina, al igual que en otros países de la región, se pudo articular una voluntad transformadora del orden neoliberal, otrora hegemónico y causante de una crisis orgánica a inicios del siglo. La vía de salida de esa crisis y la correlación de fuerzas que en estos años generó el proceso conducido desde el bloque que ejerció democráticamente el poder político nos estaría indicando que la consolidación de una hegemonía post-neoliberal es netamente posible en Argentina, toda vez que sus postulados fundamentales sigan siendo ejes definitorios del gobierno del Estado.
La posibilidad de refrescar el consenso en esa dirección sin perder la cohesión interna se vuelve patente, y hasta obligatoria, para un bloque en el poder que sea indiscutido en sus atribuciones y fortalezas. Si, desde allí, lograra torcer aún más la correlación de fuerzas a su favor, debería encarar más temprano que tarde las deudas pendientes en la agenda de construcción de una nueva hegemonía, que están vinculadas -por un lado- a terminar de desarmar el andamiaje jurídico y la matriz económica-corporativa que sostiene al bloque neoliberal y -por otro- a reinventar las formas de participación popular en el sostenimiento de esa agenda.

Este artículo está basado en la ponencia sobre el mismo tema presentada en las XI Jornadas de Sociología (UBA) el 17 de julio. Ver ponencia completa

lunes, 1 de junio de 2015

Cuestión de género(s)

La fenomenal capacidad de viralización de las redes sociales puso al mensaje contra los femicidios en un lugar central durante estos días y al menos hasta el próximo miércoles, día en que está convocada una movilización al Congreso de la Nación y a otros sitios de reunión pública en distintas ciudades. En este caso, la iniciativa sobrepasa a la agenda de los medios masivos, cuyas coberturas de los casos puntuales de crímenes contra mujeres se quedan habitualmente en la superficialidad de los hechos.

Esos medios, no obstante, son parte de la cuestión dado que este tipo de respuestas integradas horizontalmente por el uso de herramientas digitales individuales emerge en parte como reacción ante la difusión de noticias "policiales" de conmocionaron a gran parte de la sociedad; la última, el hallazgo de Chiara, de 14 años, enterrada en el patio de la casa de su novio, de 16.
El año pasado, hubo varios homicidios que jalonaron una agenda en ese sentido. Ahora, con el mensaje viralizado desde las redes, los medios buscan su lugar y nos cuentan, por ejemplo, que Susana Giménez también posó con el cartelito de #NiUnaMenos. Farandulizar la situación no es, sin embargo, lo más grave.
La reflexión debe apuntar principalmente al trasfondo cultural que nos coloca en relaciones de género ya no solamente desiguales, sino deformadas. Estos días de efervescencia respecto de la problemática pudieran ser oportunos para esa introspección, lo cual implica cierta mirada autocrítica y proactiva de parte de las instituciones que portan la capacidad de generar representaciones colectivas.
Los medios son unas, las comunidades educativas con todos sus actores, otra quizá más importante aun. También, por qué no, todas las personas movilizadas por el difundido hashtag. En definitiva, lo que parece manifestar la mayoría de los crímenes conocidos masivamente en el último tiempo no es simplemente que la mujer está subordinada al control masculino.
En efecto, el carácter patriarcal de estructuras sociales más tradicionales suena incompatible con ciertos roles de género modelados en la cultura occidental posmoderna y que también son parte del problema. Un patriarca, dicho sea de paso, probablemente cuidaría de sus súbditas mucho mejor que lo que lo hacen padres y madres a sus hijas (e hijos) actualmente. Pero tampoco se trata de volcar la responsabilidad en los adultos del hogar, porque ese núcleo (cuando no está descompuesto) también está presionado por los aires tan líquidos como espesos del materialismo, la plasticidad y la inmediatez del mundo actual.
Por supuesto que esta reflexión no invalida la reacción ante la proliferación de crímenes donde sin dudas están en juego ciertos valores tradicionales que asignan al varón una posición de fuerza por sobre la mujer. La reivindicación sirve para visibilizar y crear conciencia; eso es ya un gran avance.Tampoco es dable pensar que aquella tradición, más conservadora, puede a esta altura ser un resguardo.
Lo novedoso y realmente peligroso es que no estamos pudiendo hacernos cargo de que la libertad y la igualdad conllevan límites éticos y, más aún, cierta preocupación por el futuro, tan puesto en bandera, de "nuestros hijos (e hijas)". En este debate, por cierto, poco se los está escuchando.
A ellas pero también a ellos, a los pibes varones, por caso, a quienes habría que preguntarles en estas horas (en los medios, en la escuela, en el barrio) qué piensan, cómo se sienten, qué proyectan en torno de sus relaciones intra e intergénero. Son potenciales victimarios y, para prevenir, es oportuno fijar la atención en cómo ciertos elementos de la cultura (algunos modelos de crianza que reciben, cierta música que suelen escuchar, el uso que hacen de los dispositivos digitales, la publicidad que miran) los puede llevar a una concepción denigrante de la mujer pero, al mismo tiempo, de sí mismos.
La forma desordenada de vivir la sexualidad, las disfuncionalidad de la familia como agente de socialización efectiva y la competencia material y simbólica exacerbada entre pares deben estar sosteniendo sin dudas muchos de estos dramas, así como otros que también tienen a la mujer como víctimas directas y que merecen acciones urgentes tanto como reflexiones profundas, más que respuestas dogmáticas, y que no pueden ser considerados estrictamente una cuestión de género.
Si las corrientes feministas de hace décadas jugaron un papel central en la ruptura social y epistemológica con ciertos esquemas de subordinación, hay que asumir que esos avances no agotaron la problemática. Como en toda situación de opresión que va siendo superada, la mujer fue colocándose en una posición de auto-firmeza desde donde puede expresarse, provocar y hasta transgredir como nunca antes. Puede, incluso, ejercer violencia (seguramente psicológica/emocional más que física) contra el varón con mucha más naturalidad que antes.
Pero su comportamiento está envuelto, lo mismo que el del varón, en cierta nebulosa de frivolidad que la coloca a ella, paradójicamente, en una situación de vulnerabilidad aún más grave que cuando su participación sobre todo en la vida pública estaba cercenada.
Precisamente, el liberalismo ofrece la posibilidad de romper cadenas pero tiene su contracara, y es tan perverso que transforma a las tensiones sociales que él mismo crea en violencias aparentemente individuales. Es sobre esas tensiones que laten no sólo entre los géneros si no hacia adentro de cada uno que deben abordarse con toda su complejidad los elementos destructivos de la cultura actual y buscar los equilibrios donde la mujer y el varón puedan ser libres y a la vez encontrarse, sin condenarse.

Más info:
Ni una menos, Argentina se rebela contra los feminicidios

lunes, 16 de febrero de 2015

La legitimación de lo burdo

¿Se puede hacer una operación política tan morbosa que, como si fuera normal, incluya una presidenta y su canciller imputados en función de una denuncia de escaso basamento jurídico pero altísimo impacto mediático, el denunciante muerto en su casa de un balazo, periodistas del grupo económico que busca condicionar a ese gobierno como promotores de primicias diarias provenientes del Poder Judicial, un soldado-agente israelí fugado a ese país después de dar a conocer el crimen antes que nadie desde su rol en una redacción y, finalmente, la catarsis de un amplio coro que incluye como un circunstancial rejunte opositor a la conducción de la colectividad judía, a dirigentes sindicales y partidarios y a decenas de representantes de corporaciones, principalmente la judicial, tratando de movilizar sin consignas claras a la ciudadanía, mientras la verdad sobre la propia voladura de la AMIA se aleja cada vez más?

El interrogante es larguísimo (y podría serlo aún más) pero la respuesta es corta: Sí, se puede. No nos olvidamos de Lagomarsino, ni de Stiusso pero ellos son, a esta altura, los personajes menos controvertidos de esta historia. Es casi indiscutible que jugaron algún papel en el nudo y en el desenlace. Estuvieron cerca de Alberto Nisman durante varios años y deben saber, mejor que nadie, las circunstancias de su trágico final.  
A efectos de explorar las consecuencias políticas del caso, bien vale preguntarse acerca de la conducta de personajes como las diputadas pro-estadounidenses Patricia Bullrich y Laura Alonso, quienes hablaron en reiteradas oportunidades con el malogrado fiscal antes de su muerte, y prestar atención (mucha atención) al final del discurso presidencial del último miércoles. La insistencia de Cristina Fernández durante esos últimos segundos acerca de que "no vamos a aceptar ningún Braden" nos conduce inevitablemente a otra advertencia suya hace algunos meses: "Si me pasa algo, miren al Norte".
Y algo pasó. Está pasando. La secuencia es tan lógica como repetida. No es la primera vez (ni es factible que sea la última) que la lucha por el poder avasalla vidas, instituciones y voluntades. Pero ¿era necesario? Los propios hechos tienen la respuesta. Quienes lo hayan planificado lo creyeron necesario para terminar de debilitar a un gobierno que transita su epílogo, de por sí, con bastante menos fuerza, recursos y apoyo que cuando empezó. Derribarlo es imposible, salvo que logren producirle un descalabro económico, como en 1989.  

A la carga
Mientras tanto, la convocatoria de sospechados funcionarios judiciales a marchar en silencio puede conmover a una parte de la sociedad todavía minoritaria, bastante desentendida de la realpolitik y, aunque tuviera buenas intenciones, motorizada por una dosis no menor de hipocresía: es dable pensar que la mayoría de esos ciudadanos hace dos meses no sabían quién era Nisman aunque ahora se propongan encarnarlo. Por si acaso, más de uno irá con una bandera argentina a cantar el himno a la Plaza de Mayo, pese a que el fiscal fallecido reportaba su tarea antes a la embajada estadounidense que a las autoridades de su propio país.
Tampoco se trata, admitamos, de catalogar sin reparos, como una mera cuestión folclórica, a buenos y malos, pacíficos y violentos, patriotas y vendepatrias, a pesar de que tal dicotomía es habitual para la semántica de la política y hasta es natural siempre y cuando no rebase los límites de la convivencia democrática y la estabilidad institucional. El problema es que están muy cerca de violar esos límites (o ya lo hicieron) quienes asimilan a un gobierno electo por el 54 por ciento de los votos y que propone debatir en el parlamento cada decisión estratégica con una dictadura que debería dejar el poder ya mismo.
No sólo no lo va a dejar, si no que no pueden quitárselo, al menos hasta diciembre. Eso debe enervar a muchos trogloditas hacia quienes el país debería sentirse en deuda por la falta de educación cívica efectiva que se les hubo de impartir. Pero a los pocos que detentan el poder real (“los titulares”, los llamó una vez Cristina) quizá les alcance con movilizar a esa manada para mantener el aura catastrófica en sus medios de comunicación. De paso, dejar minado el terreno para que la próxima gestión haga lo que “debe” hacer: reorientar el rumbo del país hacia el orden mundial dominado por el ala más conservadora del poder financiero y, desde ese punto nodal, hacer todas las modificaciones que sean necesarias al andamiaje interno para adecuarse a ese orden.
Nada demasiado nuevo. En los últimos 100 años, en este y otros países de la región, este cuadro de situación se verificó en reiteradas oportunidades. Lo nuevo, quizá, está en la paradójica fortaleza del mandato popular, tan golpeado y mellado por errores propios, azares del destino e ininterrumpidas embestidas desde la vereda de enfrente.

El tiro del final
Hasta ahí, pura disputa por el control del gobierno del Estado. No es para asustarse. Lo que sí asusta es la forma en que se pone en juego esta tensión tan elocuente. En la guerra retórica, de los cantitos tribuneros y consignas maximalistas la encrucijada se vuelve tan cruel como bizarra, porque del otro lado no hay vergüenza en transmitir a viva voz deseos de muerte hacia la mujer que nos preside (un “viva el cáncer” remixado) o poner en tapas y zócalos televisivos alertas informativas que luego se refutan por los hechos mismos.
Tampoco tiene vergüenza un referente de los jueces de la Nación en declarar (siempre a través de los medios de “la causa”) que la gente “no vive con tranquilidad, no puede hacer sus cosas” (¿!). Si hasta pareció estremecerse el país, aunque sea durante una tarde, con el relato novelesco del “periodista” Damián Patcher acerca de su salida del país perseguido por...
El curso a la denuncia que anunció Nisman por TN contra Cristina, que ordenó seguir ahora su colega Gerardo Pollicitas, fue epigrafiado por la declaración de “la oposición” y “los empresarios” (La Nación dixit, aunque sólo eran Ernesto Sanz y Luis Etchevere) de que “hay preocupación”.  Días atrás, Estados Unidos propuso “colaborar” con la investigación y la diputada PRO Alonso sentenció: “Cristina ordenó todo”. Los tweets de Mia Farrow y Martina Navratilova, acaso, terminaron importando más que la propia voladura de la AMIA-DAIA y que el papel del propio Nisman, cuyo trabajó no llegó a revelar nada acerca del atentado pero sí sirvió para conocer que D’elía estaba contento por el comportamiento de la barra de All Boys en un acto, presuntamente después de pagarle 25 mil pesos. Así, la política se vuelve pornográficamente absurda.
Mientras tanto, en la estructura orgánica de la sociedad, la indiferencia de las mayorías, la incapacidad propia de organización y las fallas de gestión pueden ser elementos cruciales a la hora de determinar un resultado adverso para el que está en situación defensiva. La amenaza se torna virulenta si se toma en cuenta que, para el adversario, es mucho más fácil no respetar la democracia política en tanto su objetivo es destruir la democracia social y económica, y lo primero suele ser en países con constituciones liberales condición de lo segundo y lo tercero.
El inquietante trasfondo que aquí se plantea es cómo lo burdo puede ser al mismo tiempo legítimo. Posiblemente, para una sociedad reventada de consumismo e impregnada todavía de una matriz de pensamiento  colonial sean demasiado antagónicos términos como “soberanía”, “independencia” y “patria” pero eso no responde del todo el interrogante.  Algo (o mucho), como argentinos, nos queda por reflexionar si no queremos volver a vomitar dentro de pocos años el asco a la política y pedir qué se vayan todos. ¿Otra vez? Suena absurdo pero no es impensable.
No obstante, la sociedad no es un todo homogéneo. Pareciera haber al menos una tercera parte que sí está comprometida con esos términos y dispuesta a llevar adelante más profundizaciones que rupturas. Esos guarismos, en materia electoral, de por sí han de alarmar a la orquesta opositora vernácula y extranjera, a la cual por otro lado le saldría el tiro por la culata si alguna proporción restante de la población llegara a percibir lo sórdido y soez de sus maniobras y, ante la escasa seriedad de las ofertas alternativas, decidiera apoyar el camino de la continuidad.