Cabe interrogar si
el desencantamiento nac&pop de una parte considerable de la población
obedece a deficiencias estructurales del modelo en sí o a una cuestión
puramente estética y hasta emocional, como deslizó antes del ballotage un
filósofo argentino a un medio español. En la hipótesis segunda, ¿Hay una toma
de posición ética en el parcial rechazo del modelo
K? ¿Cómo se vincula esa ética, en todo caso, con la hegemonía neoliberal?
El rol del periodismo militante y las contradicciones de una sociedad que "eligió
cambiar".
Así como puede ser inconducente diagnosticar a esta altura a los votantes de la Alianza Cambiemos como esa mitad del electorado que, hipnotizado por la Revolución de la Alegría, traicionó a la Patria al apoyar un programa atado a intereses foráneos -aunque esto último, objetivamente, sea más bien así-, hay preguntas a introducir en el análisis que pueden servir para separar las cuestiones ligadas a la elección en términos estrictamente políticos de otras que, si bien se interrelacionan con ese último campo, corren por vías diferentes.
Antes que nada, es novedoso -sobre todo en un país
históricamente inestable- que la apuesta por un cambio de gobierno devenga del
"cansancio". Las anteriores ocasiones donde se forjaron estos giros,
dentro de los últimos treinta años al menos, tenían fuertes desequilibrios
sociales y económicos como trasfondo. Recordemos: hiperinflación, saqueos, alto
desempleo y una conducta gubernamental ligada a la corrupción mucho más
profunda y extendida que la maniobra de Boudou con Ciccone o la de Jaime con el
transporte (por cierto, uno a punto de ir a juicio oral y el otro, ya
condenado).
Entonces ¿cansancio de qué? Hurgando un poco más y
haciendo una necesaria generalización se escuchó en el votante promedio de
Cambiemos hablar fundamentalmente de "la prepotencia" descalificadora
"del que piensa diferente". Por otro lado, apareció la clásica
expresión de nuevos segmentos medios (nuevos, justamente, porque hubo
condiciones para acceder a ese estatus social) acerca de la injusticia que
implica la asistencia de parte del Estado a quienes están por debajo en la
escala socio-económica. Se colocó, en tercer lugar, a "la corrupción"
como un condimento más, realmente salpicado con casos específicos como aquellos
pero adobado con un sinfín de informes periodísticos jamás ratificados ni
rectificados. Entretanto, la queja por “la inseguridad” se mantuvo latente aun
cuando lo hizo lejos de la virulencia blumbergiana de otros momentos.
Hay severas conclusiones que deberán madurarse, a modo de
autocrítica, en el amplio y en estos momentos difuso espacio hasta aquí
abrigado por el paraguas que sostuvieron Néstor Kirchner y Cristina Fernández y
que, lejos de desaparecer, habrá de reencarnar de una u otra forma para protagonizar
la alternativa al modelo que busca instaurar la nueva Alianza.
Ahora bien, el centro de este análisis es que se repitió,
con actualizaciones, el clásico criterio liberal de interpretación de los
procesos del ascenso social que ya tuvieron lugar en Argentina durante el siglo
pasado y que fue contestado por explicaciones desde el campo popular que
ubican: a los procesos nacional-populares como posibilitadores de una movilidad
social ascendente por la cual emergen en el segmento medio actores que, amenazados
en términos de status por la emergencia de sectores populares -sobre todo en
términos de consumo- dan la espalda a ese tipo de gobiernos, se vuelcan a
opciones liberal-conservadoras y, esmerilados luego por las políticas
económicas de estas últimas, vuelven a necesitar de aquél para salir de la
miseria.
Esta tesis, con muchas décadas de vigencia y reeditada
ahora a la luz de los comicios presidenciales, es sin dudas una excelente punta
del ovillo. Pero amerita ahora profundizar el análisis en función de las
transformaciones sociales y culturales que vivió y vive nuestro país, enmarcado
mundialmente en ese otro macro-proceso todavía incierto llamado globalización y
contemporáneo de un modo de ser (un ethos) neoliberal que hemos adoptado (y/o
se nos ha impuesto, por fuerza y costumbre) en las últimas cuatro décadas.
No es menor que la movilización al “Cambio” haya sido convocada
en la forma de un magnífico eslogan comunicacional más que en la de un programa
de gobierno que, aún después del resultado, va saliendo muy de apoco de la
guarida. Tampoco, que la contienda, la arenga y la disputa pública de visiones
e intereses como sustancia de la actividad política sea tan descalificada desde
ese mismo mensaje. Lo cierto es que bajo la lógica del marketing político, en
el sistema liberal de representación, la elección es tanto o menos un acto
racional que la manifestación de una expresión de deseo, de anhelos, de
ilusión, como quien compra la felicidad a través de un producto vendido
publicitariamente, aun a sabiendas de que tarde o temprano, por decepción o
agotamiento, deberá ir en busca de otra elección.
Por qué, si no, quienes diatriban contra todo aquello que
configura "lo negativo" del kirchnerismo eligieron ESTE "Cambio"
(habiendo otras cuatro opciones en la góndola, si se quiere). Macri está
procesado actualmente, también él próximo al juicio oral, y tiene un prontuario
de acusaciones en su rol como empresario tanto o más abultado que las que muchos
pueden señalarle al funcionariado K. Algunos de las principales figuras del
Gobierno porteño están directamente relacionados con el presunto lavado de
dinero y fuga de divisas del HSBC, revelados tras el incendio en Iron Mountain,
donde murieron diez servidores públicos. La marca de ropa de Awada está
sospechada de comercializar prendas confeccionadas en los talleres esclavos
donde mueren chicos.
Quien se escandalizaba con la propaganda del Gobierno
Nacional en Fútbol para Todos, con la aparición del "hijo de" en la
escena política y con las designaciones de parientes y amigos en distintos
ministerios, podría bien hacer lo propio con la discrecionalidad en el manejo
de los recursos del Estado de la Ciudad de Buenos Aires, bien direccionados a
amigos de la infancia del jefe de Gobierno (Nicolás Caputo, caso paradigmático).
¿Acaso no aterrizaron en el GCBA innumerables ex compañeros de colegio y del
club Newman de la mano del ingeniero?
Bajemos sólo un instante al subte, para ejemplificar. Es
una de las redes más obsoletas del mundo, manejada por un ex rugbier de selección,
amigo personal de Mauricio, que ha sido acusado por la empresa Isenbeck de
malversación de fondos cuando era gerente de esa misma empresa. Ahora, como
funcionario PRO, está denunciado penalmente por estafa al Estado, ya que compró
con la plata de todos los vecinos formaciones que fueron desechadas en el Metro
de Madrid hace al menos veinte años. Todo es alegría, sin embargo, en los
televisores de las estaciones subterráneos, que por cierto el propio jefe de
Gobierno usó para mostrar SU campaña presidencial. Más aún, los empleados de ese medio de transporte fueron instados a sumarse activamente de la campaña de los globos ¿Y Niembro? ¿Y la pauta
facturada a medios que nunca la recibieron? ¿Y la deuda quintuplicada en
dólares que deberán pagar algún día todos los porteños? Por no hablar de la
sub-ejecución en Salud, Educación y Vivienda. En conclusión, el uso espurio de
lo público para incrementar el poder por este lado, no ha recibido la misma
sanción con que muchos gustaron caer sobre las cadenas nacionales de Cristina
Fernández, por poner un ejemplo de aquel otro.
Si de "planes" se trata, habrá que decir que
cualquier país que quiera recuperar su tejido social después de que este se
fracturara (una grieta de verdad, aquella de 2001) debe empezar por equiparar
condiciones básicas de existencia a todos sus ciudadanos. Raro sería que los
que concentraron tanta riqueza mientras la mitad del país quedaba en la calle,
luego compensaran esa desigualdad. Entonces fue el Estado el que debió asumir
ese papel, con programas de inclusión con trabajo como han hecho decenas de
países a lo largo de su historia, incluso en el “primer mundo”.
Las complejidades para una adecuada ejecución a nivel territorial de las políticas sociales deberán ser revisadas y, si persistieron prácticas clientelistas so pretexto del mandato de la inclusión, habrá que reconocerlo y, a quien le toque, corregirlo. Lo que no quita, desde ya, que las estrategias de distinción social de una gran porción (en segmentos altos, medios y medios-bajos) reparen una y otra vez en el egoísmo material que linda permanentemente con la discriminación étnica, social y cultural. Esto último podría atribuirse al célebre inmediatismo de la clase dominante y tilinga que ha forjado esta nación desde fines del siglo XIX, pero habla más aún de una alta pregnancia en toda nuestra sociedad de un modo neoliberal de pensar, sentir y actuar.
Las complejidades para una adecuada ejecución a nivel territorial de las políticas sociales deberán ser revisadas y, si persistieron prácticas clientelistas so pretexto del mandato de la inclusión, habrá que reconocerlo y, a quien le toque, corregirlo. Lo que no quita, desde ya, que las estrategias de distinción social de una gran porción (en segmentos altos, medios y medios-bajos) reparen una y otra vez en el egoísmo material que linda permanentemente con la discriminación étnica, social y cultural. Esto último podría atribuirse al célebre inmediatismo de la clase dominante y tilinga que ha forjado esta nación desde fines del siglo XIX, pero habla más aún de una alta pregnancia en toda nuestra sociedad de un modo neoliberal de pensar, sentir y actuar.
Esto último, lejos de ser un fácil latiguillo
post-noventista, hace en este caso alusión conceptual a la condena enfática
hacia toda ayuda que el Estado pueda dar a quienes son más desfavorecidos por
la matriz redistributiva, prefiriendo olvidar los subsidios direccionados al
bienestar de segmentos medios y altos, cuya prosperidad se auto-atribuyen a su
propio esfuerzo. ¿Pero, hubieran sido acaso "empresarios exitosos"
los Macri y tantos otros ricos argentinos sin la enorme complicidad de gobiernos
-dictatoriales y democráticos- que les transfirieron con instrumentos y
políticas específicas gran parte de la riqueza de todos sus compatriotas? Esas
dádivas no causan hartazgo, como tampoco los planes sociales para la clase
media aun cuando sean un fracaso (en la Ciudad de Buenos Aires, la
administración PRO lanzó Alquilar se Puede y sólo llegó a beneficiar a.. ¡15
familias!).
Pareciera, por fin, que no estamos precisamente ante un
hartazgo de la corrupción, de la prepotencia y de los planes. O, si lo estamos,
lo es bajo un sospechoso manto de confusión e ignorancia. Los errores políticos
estratégicos durante la campaña, los desaciertos en la gestión y cierta actitud
soberbia del lado del kirchnerismo en estos años sin duda pueden haber ayudado
a cultivar el artificio comunicacional del adversario para plantar sin mayores
argumentos la seducción del Cambio, mientras que gestos tan obsecuentes como
las fotos de Mauricio en el prostíbulo del narco Raúl Martins, sus miradas y
comentarios despectivos hacia el cuerpo femenino o sus emotivos discursos a la
gente leídos por teleprompter, no hicieron mella en el 51,4% por ciento
electorado que lo votó.
Mucho menos hubieron de hacerlo cuestiones subrepticias a
la tribuna mediática aunque definitorias para el destino de la soberanía
nacional, como su vinculación con el poder conservador de Estados Unidos e
Israel -con la amenaza a la paz en nuestro territorio que esto implica en el
actual contexto geopolítico- o las decenas de llamadas de las diputadas
Patricia Bullrich y Laura Alonso a Alberto Nisman horas antes de su muerte, lo
cual sugiere que esta gran Alianza encabezada por Macri, sostenida por parte
del radicalismo y operada por fiscales, jueces, empresarios y periodistas
militantes pudiera aportar datos más que reclamar el esclarecimiento de ese
crimen vinculado al atentado a la AMIA.
Pero no ocurrirá. Sostenida por un relato hegemónico que
seguramente ahora se profundizará, la ficción de la no-política ganó la batalla
(que es netamente política, valga la paradoja y por más que defraude a quienes
fueron seducidos por el eslogan unificador “de todos los argentinos”; y otra
paradoja: la prensa militante de Cambiemos finalmente se impuso en la batalla
comunicacional estigmatizando a la militancia de muchos periodistas defensores
del modelo K).
Emergió así -genuinamente para muchos- la ilusión de un
país sin "grietas", sin prepotencia, sin asistencia social a los
"pobres que no trabajan", gracias no solamente al terreno político
perdido por las fuerzas nacional-populares que detentaron parte del poder desde
2003, sino también en virtud de un oportunísimo marketing electoral cuyo éxito
puede ser tan efímero como el de un aviso publicitario, en la medida que la
política real de la nueva administración haga ver sus efectos.