lunes, 1 de junio de 2015

Cuestión de género(s)

La fenomenal capacidad de viralización de las redes sociales puso al mensaje contra los femicidios en un lugar central durante estos días y al menos hasta el próximo miércoles, día en que está convocada una movilización al Congreso de la Nación y a otros sitios de reunión pública en distintas ciudades. En este caso, la iniciativa sobrepasa a la agenda de los medios masivos, cuyas coberturas de los casos puntuales de crímenes contra mujeres se quedan habitualmente en la superficialidad de los hechos.

Esos medios, no obstante, son parte de la cuestión dado que este tipo de respuestas integradas horizontalmente por el uso de herramientas digitales individuales emerge en parte como reacción ante la difusión de noticias "policiales" de conmocionaron a gran parte de la sociedad; la última, el hallazgo de Chiara, de 14 años, enterrada en el patio de la casa de su novio, de 16.
El año pasado, hubo varios homicidios que jalonaron una agenda en ese sentido. Ahora, con el mensaje viralizado desde las redes, los medios buscan su lugar y nos cuentan, por ejemplo, que Susana Giménez también posó con el cartelito de #NiUnaMenos. Farandulizar la situación no es, sin embargo, lo más grave.
La reflexión debe apuntar principalmente al trasfondo cultural que nos coloca en relaciones de género ya no solamente desiguales, sino deformadas. Estos días de efervescencia respecto de la problemática pudieran ser oportunos para esa introspección, lo cual implica cierta mirada autocrítica y proactiva de parte de las instituciones que portan la capacidad de generar representaciones colectivas.
Los medios son unas, las comunidades educativas con todos sus actores, otra quizá más importante aun. También, por qué no, todas las personas movilizadas por el difundido hashtag. En definitiva, lo que parece manifestar la mayoría de los crímenes conocidos masivamente en el último tiempo no es simplemente que la mujer está subordinada al control masculino.
En efecto, el carácter patriarcal de estructuras sociales más tradicionales suena incompatible con ciertos roles de género modelados en la cultura occidental posmoderna y que también son parte del problema. Un patriarca, dicho sea de paso, probablemente cuidaría de sus súbditas mucho mejor que lo que lo hacen padres y madres a sus hijas (e hijos) actualmente. Pero tampoco se trata de volcar la responsabilidad en los adultos del hogar, porque ese núcleo (cuando no está descompuesto) también está presionado por los aires tan líquidos como espesos del materialismo, la plasticidad y la inmediatez del mundo actual.
Por supuesto que esta reflexión no invalida la reacción ante la proliferación de crímenes donde sin dudas están en juego ciertos valores tradicionales que asignan al varón una posición de fuerza por sobre la mujer. La reivindicación sirve para visibilizar y crear conciencia; eso es ya un gran avance.Tampoco es dable pensar que aquella tradición, más conservadora, puede a esta altura ser un resguardo.
Lo novedoso y realmente peligroso es que no estamos pudiendo hacernos cargo de que la libertad y la igualdad conllevan límites éticos y, más aún, cierta preocupación por el futuro, tan puesto en bandera, de "nuestros hijos (e hijas)". En este debate, por cierto, poco se los está escuchando.
A ellas pero también a ellos, a los pibes varones, por caso, a quienes habría que preguntarles en estas horas (en los medios, en la escuela, en el barrio) qué piensan, cómo se sienten, qué proyectan en torno de sus relaciones intra e intergénero. Son potenciales victimarios y, para prevenir, es oportuno fijar la atención en cómo ciertos elementos de la cultura (algunos modelos de crianza que reciben, cierta música que suelen escuchar, el uso que hacen de los dispositivos digitales, la publicidad que miran) los puede llevar a una concepción denigrante de la mujer pero, al mismo tiempo, de sí mismos.
La forma desordenada de vivir la sexualidad, las disfuncionalidad de la familia como agente de socialización efectiva y la competencia material y simbólica exacerbada entre pares deben estar sosteniendo sin dudas muchos de estos dramas, así como otros que también tienen a la mujer como víctimas directas y que merecen acciones urgentes tanto como reflexiones profundas, más que respuestas dogmáticas, y que no pueden ser considerados estrictamente una cuestión de género.
Si las corrientes feministas de hace décadas jugaron un papel central en la ruptura social y epistemológica con ciertos esquemas de subordinación, hay que asumir que esos avances no agotaron la problemática. Como en toda situación de opresión que va siendo superada, la mujer fue colocándose en una posición de auto-firmeza desde donde puede expresarse, provocar y hasta transgredir como nunca antes. Puede, incluso, ejercer violencia (seguramente psicológica/emocional más que física) contra el varón con mucha más naturalidad que antes.
Pero su comportamiento está envuelto, lo mismo que el del varón, en cierta nebulosa de frivolidad que la coloca a ella, paradójicamente, en una situación de vulnerabilidad aún más grave que cuando su participación sobre todo en la vida pública estaba cercenada.
Precisamente, el liberalismo ofrece la posibilidad de romper cadenas pero tiene su contracara, y es tan perverso que transforma a las tensiones sociales que él mismo crea en violencias aparentemente individuales. Es sobre esas tensiones que laten no sólo entre los géneros si no hacia adentro de cada uno que deben abordarse con toda su complejidad los elementos destructivos de la cultura actual y buscar los equilibrios donde la mujer y el varón puedan ser libres y a la vez encontrarse, sin condenarse.

Más info:
Ni una menos, Argentina se rebela contra los feminicidios

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