lunes, 30 de noviembre de 2015

¿Hartos de qué?

Cabe interrogar si el desencantamiento nac&pop de una parte considerable de la población obedece a deficiencias estructurales del modelo en sí o a una cuestión puramente estética y hasta emocional, como deslizó antes del ballotage un filósofo argentino a un medio español. En la hipótesis segunda, ¿Hay una toma de posición ética en el parcial rechazo del modelo K? ¿Cómo se vincula esa ética, en todo caso, con la hegemonía neoliberal? El rol del periodismo militante y las contradicciones de una sociedad que "eligió cambiar".


Así como puede ser inconducente diagnosticar a esta altura a los votantes de la Alianza Cambiemos como esa mitad del electorado que, hipnotizado por la Revolución de la Alegría, traicionó a la Patria al apoyar un programa atado a intereses foráneos -aunque esto último, objetivamente, sea más bien así-, hay preguntas a introducir en el análisis que pueden servir para separar las cuestiones ligadas a la elección en términos estrictamente políticos de otras que, si bien se interrelacionan con ese último campo, corren por vías diferentes.
Antes que nada, es novedoso -sobre todo en un país históricamente inestable- que la apuesta por un cambio de gobierno devenga del "cansancio". Las anteriores ocasiones donde se forjaron estos giros, dentro de los últimos treinta años al menos, tenían fuertes desequilibrios sociales y económicos como trasfondo. Recordemos: hiperinflación, saqueos, alto desempleo y una conducta gubernamental ligada a la corrupción mucho más profunda y extendida que la maniobra de Boudou con Ciccone o la de Jaime con el transporte (por cierto, uno a punto de ir a juicio oral y el otro, ya condenado).
Entonces ¿cansancio de qué? Hurgando un poco más y haciendo una necesaria generalización se escuchó en el votante promedio de Cambiemos hablar fundamentalmente de "la prepotencia" descalificadora "del que piensa diferente". Por otro lado, apareció la clásica expresión de nuevos segmentos medios (nuevos, justamente, porque hubo condiciones para acceder a ese estatus social) acerca de la injusticia que implica la asistencia de parte del Estado a quienes están por debajo en la escala socio-económica. Se colocó, en tercer lugar, a "la corrupción" como un condimento más, realmente salpicado con casos específicos como aquellos pero adobado con un sinfín de informes periodísticos jamás ratificados ni rectificados. Entretanto, la queja por “la inseguridad” se mantuvo latente aun cuando lo hizo lejos de la virulencia blumbergiana de otros momentos.
Hay severas conclusiones que deberán madurarse, a modo de autocrítica, en el amplio y en estos momentos difuso espacio hasta aquí abrigado por el paraguas que sostuvieron Néstor Kirchner y Cristina Fernández y que, lejos de desaparecer, habrá de reencarnar de una u otra forma para protagonizar la alternativa al modelo que busca instaurar la nueva Alianza.
Ahora bien, el centro de este análisis es que se repitió, con actualizaciones, el clásico criterio liberal de interpretación de los procesos del ascenso social que ya tuvieron lugar en Argentina durante el siglo pasado y que fue contestado por explicaciones desde el campo popular que ubican: a los procesos nacional-populares como posibilitadores de una movilidad social ascendente por la cual emergen en el segmento medio actores que, amenazados en términos de status por la emergencia de sectores populares -sobre todo en términos de consumo- dan la espalda a ese tipo de gobiernos, se vuelcan a opciones liberal-conservadoras y, esmerilados luego por las políticas económicas de estas últimas, vuelven a necesitar de aquél para salir de la miseria.
Esta tesis, con muchas décadas de vigencia y reeditada ahora a la luz de los comicios presidenciales, es sin dudas una excelente punta del ovillo. Pero amerita ahora profundizar el análisis en función de las transformaciones sociales y culturales que vivió y vive nuestro país, enmarcado mundialmente en ese otro macro-proceso todavía incierto llamado globalización y contemporáneo de un modo de ser (un ethos) neoliberal que hemos adoptado (y/o se nos ha impuesto, por fuerza y costumbre) en las últimas cuatro décadas.

No es menor que la movilización al “Cambio” haya sido convocada en la forma de un magnífico eslogan comunicacional más que en la de un programa de gobierno que, aún después del resultado, va saliendo muy de apoco de la guarida. Tampoco, que la contienda, la arenga y la disputa pública de visiones e intereses como sustancia de la actividad política sea tan descalificada desde ese mismo mensaje. Lo cierto es que bajo la lógica del marketing político, en el sistema liberal de representación, la elección es tanto o menos un acto racional que la manifestación de una expresión de deseo, de anhelos, de ilusión, como quien compra la felicidad a través de un producto vendido publicitariamente, aun a sabiendas de que tarde o temprano, por decepción o agotamiento, deberá ir en busca de otra elección.

Por qué, si no, quienes diatriban contra todo aquello que configura "lo negativo" del kirchnerismo eligieron ESTE "Cambio" (habiendo otras cuatro opciones en la góndola, si se quiere). Macri está procesado actualmente, también él próximo al juicio oral, y tiene un prontuario de acusaciones en su rol como empresario tanto o más abultado que las que muchos pueden señalarle al funcionariado K. Algunos de las principales figuras del Gobierno porteño están directamente relacionados con el presunto lavado de dinero y fuga de divisas del HSBC, revelados tras el incendio en Iron Mountain, donde murieron diez servidores públicos. La marca de ropa de Awada está sospechada de comercializar prendas confeccionadas en los talleres esclavos donde mueren chicos.

Quien se escandalizaba con la propaganda del Gobierno Nacional en Fútbol para Todos, con la aparición del "hijo de" en la escena política y con las designaciones de parientes y amigos en distintos ministerios, podría bien hacer lo propio con la discrecionalidad en el manejo de los recursos del Estado de la Ciudad de Buenos Aires, bien direccionados a amigos de la infancia del jefe de Gobierno (Nicolás Caputo, caso paradigmático). ¿Acaso no aterrizaron en el GCBA innumerables ex compañeros de colegio y del club Newman de la mano del ingeniero?

Bajemos sólo un instante al subte, para ejemplificar. Es una de las redes más obsoletas del mundo, manejada por un ex rugbier de selección, amigo personal de Mauricio, que ha sido acusado por la empresa Isenbeck de malversación de fondos cuando era gerente de esa misma empresa. Ahora, como funcionario PRO, está denunciado penalmente por estafa al Estado, ya que compró con la plata de todos los vecinos formaciones que fueron desechadas en el Metro de Madrid hace al menos veinte años. Todo es alegría, sin embargo, en los televisores de las estaciones subterráneos, que por cierto el propio jefe de Gobierno usó para mostrar SU campaña presidencial. Más aún, los empleados de ese medio de transporte fueron instados a sumarse activamente de la campaña de los globos ¿Y Niembro? ¿Y la pauta facturada a medios que nunca la recibieron? ¿Y la deuda quintuplicada en dólares que deberán pagar algún día todos los porteños? Por no hablar de la sub-ejecución en Salud, Educación y Vivienda. En conclusión, el uso espurio de lo público para incrementar el poder por este lado, no ha recibido la misma sanción con que muchos gustaron caer sobre las cadenas nacionales de Cristina Fernández, por poner un ejemplo de aquel otro.

Si de "planes" se trata, habrá que decir que cualquier país que quiera recuperar su tejido social después de que este se fracturara (una grieta de verdad, aquella de 2001) debe empezar por equiparar condiciones básicas de existencia a todos sus ciudadanos. Raro sería que los que concentraron tanta riqueza mientras la mitad del país quedaba en la calle, luego compensaran esa desigualdad. Entonces fue el Estado el que debió asumir ese papel, con programas de inclusión con trabajo como han hecho decenas de países a lo largo de su historia, incluso en el “primer mundo”.

Las complejidades para una adecuada ejecución a nivel territorial de las políticas sociales deberán ser revisadas y, si persistieron prácticas clientelistas so pretexto del mandato de la inclusión, habrá que reconocerlo y, a quien le toque, corregirlo. Lo que no quita, desde ya, que las estrategias de distinción social de una gran porción (en segmentos altos, medios y medios-bajos) reparen una y otra vez en el egoísmo material que linda permanentemente con la discriminación étnica, social y cultural. Esto último podría atribuirse al célebre inmediatismo de la clase dominante y tilinga que ha forjado esta nación desde fines del siglo XIX, pero habla más aún de una alta pregnancia en toda nuestra sociedad de un modo neoliberal de pensar, sentir y actuar.
Esto último, lejos de ser un fácil latiguillo post-noventista, hace en este caso alusión conceptual a la condena enfática hacia toda ayuda que el Estado pueda dar a quienes son más desfavorecidos por la matriz redistributiva, prefiriendo olvidar los subsidios direccionados al bienestar de segmentos medios y altos, cuya prosperidad se auto-atribuyen a su propio esfuerzo. ¿Pero, hubieran sido acaso "empresarios exitosos" los Macri y tantos otros ricos argentinos sin la enorme complicidad de gobiernos -dictatoriales y democráticos- que les transfirieron con instrumentos y políticas específicas gran parte de la riqueza de todos sus compatriotas? Esas dádivas no causan hartazgo, como tampoco los planes sociales para la clase media aun cuando sean un fracaso (en la Ciudad de Buenos Aires, la administración PRO lanzó Alquilar se Puede y sólo llegó a beneficiar a.. ¡15 familias!).

Pareciera, por fin, que no estamos precisamente ante un hartazgo de la corrupción, de la prepotencia y de los planes. O, si lo estamos, lo es bajo un sospechoso manto de confusión e ignorancia. Los errores políticos estratégicos durante la campaña, los desaciertos en la gestión y cierta actitud soberbia del lado del kirchnerismo en estos años sin duda pueden haber ayudado a cultivar el artificio comunicacional del adversario para plantar sin mayores argumentos la seducción del Cambio, mientras que gestos tan obsecuentes como las fotos de Mauricio en el prostíbulo del narco Raúl Martins, sus miradas y comentarios despectivos hacia el cuerpo femenino o sus emotivos discursos a la gente leídos por teleprompter, no hicieron mella en el 51,4% por ciento electorado que lo votó.

Mucho menos hubieron de hacerlo cuestiones subrepticias a la tribuna mediática aunque definitorias para el destino de la soberanía nacional, como su vinculación con el poder conservador de Estados Unidos e Israel -con la amenaza a la paz en nuestro territorio que esto implica en el actual contexto geopolítico- o las decenas de llamadas de las diputadas Patricia Bullrich y Laura Alonso a Alberto Nisman horas antes de su muerte, lo cual sugiere que esta gran Alianza encabezada por Macri, sostenida por parte del radicalismo y operada por fiscales, jueces, empresarios y periodistas militantes pudiera aportar datos más que reclamar el esclarecimiento de ese crimen vinculado al atentado a la AMIA.

Pero no ocurrirá. Sostenida por un relato hegemónico que seguramente ahora se profundizará, la ficción de la no-política ganó la batalla (que es netamente política, valga la paradoja y por más que defraude a quienes fueron seducidos por el eslogan unificador “de todos los argentinos”; y otra paradoja: la prensa militante de Cambiemos finalmente se impuso en la batalla comunicacional estigmatizando a la militancia de muchos periodistas defensores del modelo K).
Emergió así -genuinamente para muchos- la ilusión de un país sin "grietas", sin prepotencia, sin asistencia social a los "pobres que no trabajan", gracias no solamente al terreno político perdido por las fuerzas nacional-populares que detentaron parte del poder desde 2003, sino también en virtud de un oportunísimo marketing electoral cuyo éxito puede ser tan efímero como el de un aviso publicitario, en la medida que la política real de la nueva administración haga ver sus efectos.



martes, 17 de noviembre de 2015

Estado o Mercado, ¿esa es la cuestión?

A comienzos de este año, cuando el cronograma electoral aún no había dado su puntapié, se cruzaron declaraciones una ministra de la Nación y un encumbrado dirigente industrial acerca de si era necesaria más intervención estatal o más liberalización del mercado. Ahora, en momentos de definiciones políticas transcendentales que pueden afianzar o bien torcer el rumbo del país, este tipo de discusiones se vuelven relevantes para todos los actores de la economía nacional.

El dilema encubre, por supuesto, distintas visiones e intereses y tiene consecuencias directas sobre el manejo de variables macroeconómicas como el tipo de cambio, la fijación de precios o la inversión pública, que a su vez inciden en la vida cotidiana de los 40 millones de argentinos.

Sin embargo, otras perspectivas y prácticas que existen desde tiempos inmemoriales asomaron con notoriedad en los últimos tiempos en nuestro país y en otras latitudes, quizá merced a la debacle de dos paradigmas que tensionaron el siglo XX: el del estado totalitario como patrón único de la economía, primero, y no hace tanto el del mercado absoluto, al menos puesto en discusión en la periferia y con serios problemas de legitimación en los países centrales.

Para ser concretos, en Argentina existen desde hace décadas la autogestión y el asociativismo como propuesta de los propios vecinos, trabajadores, ahorristas y consumidores, es decir, de la ciudadanía organizada en sus diferentes roles para tener mejor calidad de vida.

Esta tercera forma de producir bienes y servicios se encuentra bien distante del centro de gravedad que vertebra el debate político-electoral hoy día, pero es una pieza clave para pensar a mediano plazo los modos de organización económica complementarios, a pequeña y a gran escala, de un mapa redistributivo de la inversión y el consumo cuya extensión ni el sector público ni el sector privado de capital pudieron cubrir in extenso en estos años, aún con un modelo de inclusión como trasfondo.

Se trata de una praxis vigente por sobre aquella dicotomía estatal-mercantil. Aquí y en el resto del mundo, tanto la ayuda mutua como la cooperación son herramientas viables para la producción, distribución y adquisición de bienes aún en los márgenes de una sociedad post-industrial donde predominan los parámetros del individualismo y la libre elección. Por caso, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual reconoce a ese modelo al contemplar la distribución equitativa en tercios de un espectro hasta entonces (y aún hoy, a pesar de dicha ley) concentrado a favor de los grandes capitales.

En nuestro país, en paralelo a la carrera electoral, se dieron muchos debates en el seno del heterogéneo movimiento de la economía solidaria, donde conviven cooperativas de trabajo emergentes con grandes compañías de seguros, mutuales que atienden la salud y empresarios pymes que se asocian para fortalecerse.

Más allá de la diversidad de miradas propia de un actor social tan variopinto como este, existe un consenso general en que en estos años floreció una alianza estratégica entre el sector público y esta porción del sector privado, que sin regirse por el afán de lucro llega a representar cerca del 10 por ciento del PBI nacional y que puede crecer en virtud de esa alianza para cohabitar en condiciones más parejas con el resto de la actividad privada.

Por eso, sin ignorar el debate entre las posiciones de los que están a favor de una economía controlada por el Estado o de los que están a favor de los agentes más poderosos del mercado (esto último que el liberalismo denomina simple y engañosamente el Mercado), tanto los que aspiran a conducir el país como los actores sociales con poder de decisión (la propia economía solidaria tiene la necesidad de constituirse como tal, más temprano que tarde) deben prestar atención a un tipo de empresas que tiene en su esencia, trayectoria y perspectivas a futuro una garantía para la profundización del desarrollo, de la democracia y del bienestar general.