viernes, 17 de julio de 2015

2015: La agudización en la lucha por el gobierno del Estado

La Argentina se manifiesta abiertamente en 2015 como escenario de fortísimas tensiones entre una hegemonía neoconservadora, con anclaje global en el poder financiero ultraliberal estadounidense, y un proyecto nacional-popular que debate sus complejas opciones de continuidad tras doce años de ejercicio del poder político con clara vocación hegemónica.  

Me interesa analizar cómo se están generando esfuerzos cada vez más intensos para lograr afianzar o reconstituir un bloque en el poder que tenga capacidades de definir, con la potestad sobre el aparato estatal mediante, esa correlación de fuerzas en favor de uno u otro proyecto durante los próximos años.
De un lado, un conglomerado de fuerzas sociales y económicas que se identifica como kirchnerismo se encuentra ante la desafiante posibilidad de permanecer sin una figura clara de liderazgo en el Gobierno, mientras que del otro hay un bloque político que definió hacer frente a sus históricas dificultades para cohesionar su voluntad en forma de partido –a las que se suman las frustradas intentonas sucesivas de golpe blando sobre el actual gobierno-, a través de la figura que mejor encarna ideológicamente su proyecto y que, a su vez, tiene una plataforma partidaria desde la cual construir alianzas federales que le permitan acceder al mando del Estado nacional.
Dos novedades cruciales se avizoran en el escenario nacional a las puertas de los comicios generales del 25 de octubre. En primer lugar, la necesidad de reafirmación histórica de un proyecto nacional-popular cuyo liderazgo no estará en la jefatura de Estado. Se presenta así la situación de que, si resulta triunfante, deberá reordenar sus piezas en función de seguir detentando la capacidad de conducción de la sociedad, aglutinando sus elementos más transformadores en espacios de decisión estratégicos sin mellar la propia gobernabilidad. 
En ese sentido, la experiencia neopopulista revalidaría su éxito de forma novedosa si lograra atravesar un período de continuidades en materia de modelo económico, social y cultural a pesar de las diferencias de trayectorias, estilos y hasta ideológicas en los hombres y mujeres que lo ejecutaran en la cúspide del Estado.
En segundo lugar, esa matriz neopopulista parece haber moldeado también a la fuerza antagónica, aunque con mucho menos posibilidades de trascendencia. Aun cuando estructurada bajo una figura de liderazgo no carismática, sostenida por un marco de alianzas políticas interpuesto coyunturalmente y espejada en un modelo de gestión local tecnocratizado en exceso pero con alta adhesión popular, la derecha liberal construyó su plataforma nacional y encontró un canal de participación efectiva en el sistema político, alimentando por esa vía sus expectativas legítimas de acceso al gobierno del Estado.
Un tercer punto vale la pena mencionar en esta descripción: una porción relativamente considerable de la sociedad, antipopulista e identificada con valores liberales y republicanos, se ve tensionada por la “polarización” entre los dos anteriores, sin encontrar su propia representación. La conformación del Frente Unen pudo haber significado la emergencia institucional de una tercera pieza necesaria en el tablero pero fue dinamitado por las propias urgencias de la derecha liberal en derrotar al kirchnerismo.
Lo que se mantiene incólume es el recetario liberal que sustenta a la posición reaccionaria de una clase dirigente encolerizada por no encontrar la llave de acceso al poder estatal. Son precisamente sus postulados los que buscan ahora traducirse en una plataforma político-partidaria, más o menos sólida, de cara a los sufragios presidenciales, no obstante lo cual incluyen componentes de la política nacional-popular a modo de concesión ineluctable para captar adhesión de las mayorías. Esto último
puede ser un indicador de la emergencia de una hegemonía post-neoliberal. 
Creo que en Argentina, al igual que en otros países de la región, se pudo articular una voluntad transformadora del orden neoliberal, otrora hegemónico y causante de una crisis orgánica a inicios del siglo. La vía de salida de esa crisis y la correlación de fuerzas que en estos años generó el proceso conducido desde el bloque que ejerció democráticamente el poder político nos estaría indicando que la consolidación de una hegemonía post-neoliberal es netamente posible en Argentina, toda vez que sus postulados fundamentales sigan siendo ejes definitorios del gobierno del Estado.
La posibilidad de refrescar el consenso en esa dirección sin perder la cohesión interna se vuelve patente, y hasta obligatoria, para un bloque en el poder que sea indiscutido en sus atribuciones y fortalezas. Si, desde allí, lograra torcer aún más la correlación de fuerzas a su favor, debería encarar más temprano que tarde las deudas pendientes en la agenda de construcción de una nueva hegemonía, que están vinculadas -por un lado- a terminar de desarmar el andamiaje jurídico y la matriz económica-corporativa que sostiene al bloque neoliberal y -por otro- a reinventar las formas de participación popular en el sostenimiento de esa agenda.

Este artículo está basado en la ponencia sobre el mismo tema presentada en las XI Jornadas de Sociología (UBA) el 17 de julio. Ver ponencia completa